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Columna
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Enriquecerse, pecado capital

El autor reflexiona sobre los nuevos siete pecados capitales propuestos por la Iglesia, entre los que se incluye uno sobre el enriquecimiento 'obsceno', un concepto que casa mal con la idea del esfuerzo personal para aumentar la prosperidad en la sociedad

Comentaba desolado hace días un buen amigo periodista, en su sección En voz baja del informativo Hora 14 de la cadena SER, la excéntrica duplicación de los pecados capitales. Decía que la lista de los siete tradicionales del catecismo había sido fijada hace 1.500 años por el papa Gregorio I y revisitada por Dante Alighieri en La Divina Comedia. Volvía después a enunciarlos formando pareja con el antídoto de sus virtudes correspondientes. Eran los memorizados binomios de soberbia-humildad, avaricia-largueza, lujuria-castidad, ira-paciencia, gula-templanza, envidia-caridad y pereza-diligencia.

Señalaba enseguida cómo un irresponsable de la Penitenciaría Apostólica, el obispo franciscano Gianfranco Girotti, en aras de la modernidad, ha tipificado por su cuenta otros siete pecados capitales recogidos en L'Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa Sede, que serían: No realizarás manipulaciones genéticas; no experimentarás sobre seres humanos, incluidos los embriones; no contaminarás el medio ambiente; no provocarás injusticia social; no causarás pobreza; no te enriquecerás hasta límites obscenos a expensas del bien común y no consumirás drogas.

Se trata de un intento desconcertante que sólo puede causar desorientación a los fieles. Primero, por la manera de promulgar semejante doctrina a través de un diario, por muy oficial que sea, en lugar de hacerlo al menos en una encíclica o algún otro documento o instrucción suscrito por el Papa como Pastor Supremo de la Iglesia Universal en el que hable con la infalibilidad que el dogma le reconoce cuando se refiere a materias de Fe y Costumbres. Es insólito que avance por la banda hasta L'Osservatore Romano un Gianfranco Girotti, por muy obispo franciscano y titular de la Penitenciaría Apostólica que sea, con semejante enumeración pecaminosa.

Además del enriquecimiento, otros pecados nuevos son consumir drogas, contaminar, la manipulación genética o causar pobreza

El Pontífice felizmente reinante, Benedicto XVI, tiene una edad avanzada pero nadie duda de su excepcional preparación teológica, de su competencia indelegable, ni de la responsabilidad que le incumbe para evitar que cualquiera se lance con pretensiones de tan grueso calibre. Se nos dirá que Girotti se ha limitado a compendiar cuestiones que ya se encuentran sancionadas en la doctrina pontificia. Pero tampoco por ahí cabe indulgencia alguna a un comportamiento que transgrede abiertamente los procedimientos establecidos, sin respeto a los cuales se evaporan las garantías mínimas que han de ofrecerse a los creyentes. La Santa Sede nos debe una explicación urgente.

Algún experto ha querido poner en conexión estos siete nuevos pecados capitales añadidos con el creciente desuso del sacramento de la Penitencia. Dicen que ha caído en picado el recurso al confesionario, que aquel mandamiento de la Iglesia según el cual era preceptivo confesar por lo menos una vez al año o antes si se espera peligro de muerte o se ha de comulgar está olvidado. Estas fechas de la Semana Santa resultaban muy apropiadas para el cumplimiento pascual pero las procesiones parecen parques temáticos para el turismo de temporada y las playas han tomado el relevo de las devociones.

Así lo reflejaba el genial Chumy Chúmez en las viñetas que publicaba cada día en el periódico Madrid, recopiladas en la exposición Españoleando, abierta hasta el 10 de abril en la sala de su Fundación de la calle Larra, 14. En una de ellas aparecía sobre la arena en traje de baño una pareja y abajo la leyenda decía: 'Si consiguiéramos que las procesiones pasasen siempre por la playa, la Semana Santa española sería perfecta, ¿verdad, darling?'.

Pero volvamos a los nuevos pecados capitales. Asombra que enriquecerse pase a ser pecado cuando el Evangelio en la parábola de los talentos premia al siervo que ha negociado con ellos para multiplicarlos mientras que castiga al que los ha enterrado para estar seguro de poder devolvérselos al señor. Fueron los tecnócratas quienes trajeron a España el protestantismo con su idea de que la prosperidad en este mundo era signo de predestinación para el otro. Que enriquecerse sea un pecado capital nos devuelve a los tiempos de Trento cuando sólo la riqueza heredada estaba libre de culpa. Si se instalara esa convicción regresaríamos a las 'manos muertas'. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar Periodista

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