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Tribuna
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Repensar la TDT

Apoco más de dos años del apagón analógico, el Gobierno se ve obligado a destinar nuevos recursos para impulsar la marcha del incierto proceso de transición a la televisión digital terrestre (TDT). La discreta autocomplacencia oficial por que al terminar 2007 el 26% de los hogares estuviese ya conectado a la TDT y el 47% de los edificios pudiese recibir la señal no impide que la cuota de pantalla sea del 9,5% y que uno de cada tres televisores que se venden no tenga sintonizador de TDT.

Pero un eventual retraso en el calendario no es el principal problema, pues la TDT se implantará de manera universal como en su día la televisión en color sustituyó a la de blanco y negro. En esto no hay duda, pero es muy posible que la foto final de la TDT sea muy distinta al dibujo que ha hecho el Gobierno y que es el que, equivocadamente en mi opinión, utilizan en sus cálculos las Administraciones autonómicas y locales, los operadores de red, los creadores de productos interactivos y determinados sectores de la publicidad.

El entusiasmo oficial, que pretende que se pueda sintonizar medio centenar largo de canales en cualquier lugar del territorio, no ha reparado en su financiación. Han inventado cientos de múltiples digitales, con cuatro o cinco canales cada uno, cuando en España los únicos canales de la red terrestre que se autofinancian son Tele 5 y Antena 3 (y muy pronto, Cuatro) que tienen en común el ámbito nacional de difusión, contenido generalista y una cuota de audiencia de dos dígitos.

Es evidente que en los últimos años ha crecido la economía y que la publicidad lo ha hecho más que la economía, pero este crecimiento nunca será suficiente para financiar tantos canales como imaginan los planes técnicos. Aunque la realidad es tozuda, hay políticos que ya prometen nuevas TDT para cuando se estandarice el formato MPEG4, más comprimido, sin reparar en los efectos de la segmentación de la audiencia ni en la sangría del público joven, que está saltando de la televisión convencional a otros formatos y contenidos de internet.

Es cierto que los procesos de digitalización y compresión de la señal y la proliferación de soportes alternativos han liberado espacio y, por ello, que todas esas cadenas que prevén los planes ministeriales, e incluso más, cabrían en el espectro radioeléctrico, pero repartir concesiones de emisoras de televisión porque hay hueco en el espacio radioeléctrico es lo mismo que sembrar a voleo licencias de taxi porque en las calles aún caben más coches.

El escepticismo alcanza, asimismo, a los contenidos que se prevén para la TDT y al empleo de la pantalla como soporte ordinario de las prestaciones interactivas que hoy nos ofrecen quienes desarrollan formatos y materiales para superponer a la programación convencional de televisión: anuncios, servicios y otros elementos que dificultan el sosegado disfrute de la pantalla. Incluso se anuncia como otra supuesta ventaja la incorporación de sonido y la interrupción del programa en emisión para presentar, a pantalla completa, mensajes publicitarios interactivos. Para este viaje sobrarían las alforjas digitales. Es como si los periódicos insertasen panfletos y otros elementos publicitarios dentro de los artículos. Ante la resistencia de los responsables de los contenidos, en la prensa escrita se inventó el encarte, como un elemento que acompaña y se distribuye con el periódico pero tiene cuerpo y forma separados y, en paralelo, creció otro negocio, el buzoneo.

La suma de la inviabilidad del modelo y el atropello de la televisión con elementos interactivos inconvenientes son razones bastantes para revisar el proceso de desarrollo de la TDT y analizar de nuevo la legislación y los planes técnicos correspondientes para devolver la confianza a un sector en el que cunde el desánimo.

Hay soluciones que permitirían corregir el rumbo sin detener el proceso. La clave del arco es redefinir las prestaciones posibles del extraordinario soporte de la TDT y abandonar la idea de que la nueva televisión es un electrodoméstico multipropósito en el que, sintonizando cualquier canal, se puede ver la televisión y leer el currículo de los presentadores, mientras se gestiona hora para ir al dentista, se compra un champú, se hace la declaración de la renta o se discute con el vendedor del anuncio que ocupa la mitad de la pantalla. Estas tareas y otras más se podrán realizar utilizando receptores MHP, pero no es razonable esperar nada del revoltijo y confusión que nos ofrecen hoy como pretendida interactividad.

Aunque la base técnica sea la misma y se utilicen los mismos soportes, lo sensato es adecuar cada herramienta a su función específica, de forma que la televisión, interactiva por supuesto, sea televisión y se financie con publicidad que se identifique como tal y que haya canales o ventanas de servicios para todo lo demás. ¿Por qué no permitir al adjudicatario de un canal múltiple que, cuando le venga bien, dedique el 80% del ancho de banda a emitir su programación en alta definición y deje el 20% restante para un canal comercial y de servicios, equivalente al encarte publicitario en el periódico? ¿A quién perjudica? ¿Y por qué no un canal múltiple local en el que convivan una televisión profesional y una potente ventana de servicios municipales para los ciudadanos?

Hay soluciones y estamos a tiempo. Después de las elecciones el Gobierno debería proceder a la desregulación y supresión de las exigencias e imposiciones que no sean del todo indispensables, resolver las dudas, cuando no la abierta contradicción, de la doctrina sobre el acceso condicional, abandonar el círculo vicioso del servicio público y el bien escaso e incentivar la calidad, incluida la alta definición, para dar respuesta al verdadero problema de la televisión en España. Es hora de repensar la TDT.

Laureano García. Director de Desarrollo de Promotora de Emisoras de Televisión

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