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Elogio de la confianza

La confianza es el activo más valioso de toda comunidad económica. Es el lubricante que mejor engrasa una relación diplomática, comercial o financiera, y sin él las bielas de la maquinaria capitalista, en la que el dinero es materia prima principal y única medida de las cosas, se embotan y se paralizan. En la economía tradicional bastaba que dos actores compartiesen el valor de la confianza para que su relación funcionase. La aparición creciente de nuevos actores cualitativos y cuantitativos en el mercado exigió una extensión adicional de la confianza, hasta que la globalización plena la ha convertido en un activo universal. Es la más sensible de las piezas del alambicado mecano financiero mundial, por su carácter inmaterial, intangible y difícilmente medible. De una gran sensibilidad, se contrae con extraordinaria rapidez si un actor de la comunidad pierde el crédito del resto, y cuesta indecibles esfuerzos y un desierto de tiempo recomponerla. Cuando abunda, la economía funciona como un reloj suizo; cuando escasea, se paraliza.

La especie que ha estresado a los mercados financieros en todo el mundo, por el simple hecho de que unos miles de consumidores norteamericanos han dejado de cumplir con sus compromisos hipotecarios, es una crisis de confianza. Sin confianza no hay liquidez, no hay crédito. La sangre que irriga al gigante se ha coagulado porque la banca ha dejado de bombearla. Los bancos comerciales desconfían de sus iguales, de la capacidad para cumplir con los compromisos que han demostrado en el pasado. La exuberante liquidez de hace unos meses se ha secado, el dinero escasea y se encarece. Así, se contrae la inversión y el consumo, y con ellos las relaciones económicas y el crecimiento, con un riesgo nada despreciable de meter a la economía en el letargo de una crisis.

Es urgente recomponer la confianza. Los bancos centrales han tomado decisiones en el empeño, rayando en muchos casos el riesgo moral de diluir la responsabilidad y salvar a quien se ganó la desconfianza del resto de la comunidad. El segundo paso es que el sistema financiero se transparente como el metacrilato y enseñe sus entrañas, para saber quién tiene dentro qué, y que cada cuál purgue sus excesos. El tercero y definitivo, que no debe demorarse, es el paso al frente de quienes han anunciado grandes operaciones de compra para que los agentes menos poderosos y más temerosos salgan al mercado y no crean que la tierra tiembla bajo sus pies.

José Antonio Vega. Subdirector de Cinco Días.

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