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Columna
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Valores y economía

Carlos Sebastián

En sendas columnas de Cinco Días del 10 y del 24 de marzo analizaba las limitaciones que el funcionamiento de las Administraciones públicas y las deficiencias en la seguridad jurídica imponían sobre la actividad empresarial en España. Hoy, para cerrar este ciclo, voy a comentar algunos aspectos de los valores y códigos de conducta imperantes en nuestra sociedad que también pueden estar contribuyendo al atraso en la productividad.

En primer lugar, la complacencia de los líderes (¿falta de liderazgo?) con la evolución económica y, como consecuencia, la falta de objetivos claros compartidos por la mayoría. El actual Gobierno, por ejemplo, se apartó inicialmente del 'España va bien' e identificó correctamente el atraso en la productividad como la cuestión central. Pero pronto hubo unas negociaciones entre patronal, sindicatos y Gobierno en los que la productividad no estuvo en el centro del análisis ni de los acuerdos.

Muy diferente de lo ocurrido a partir de 1986 en Irlanda, en donde la permanente mejora de la competencia ha orientado todos los acuerdos nacionales que se han sucedido desde entonces y ha informado toda la política del Gobierno. Pese al extraordinario éxito de la experiencia irlandesa, se escuchan en aquel país menos manifestaciones triunfalistas y más análisis de las limitaciones con las que se enfrentan que las que podemos oír en España.

En España, el empresario innovador nunca ha sido un modelo de triunfador; últimamente ese modelo es el del promotor inmobiliario

En segundo lugar, el modelo de triunfador social condiciona la asignación de talentos en una sociedad. Y está claro de que en España el empresario innovador (en sentido amplio) nunca ha sido un modelo de triunfador. æscaron;ltimamente el modelo es el del promotor inmobiliario, una versión más del hombre de negocios cercano al poder (ya sea local o nacional) que ha sido el modelo de triunfador social en España durante décadas (¿o siglos?).

En tercer lugar, las deficiencias en la transparencia de la vida pública y la frecuencia de irregularidades en este ámbito, lo que seguro que está relacionado con el modelo de triunfador social imperante. España se encuentra atrasada con respecto a los países de la OCDE más avanzados en el control de la corrupción, pero también en el favoritismo de las decisiones públicas (el clientelismo político en sus distintas manifestaciones). Tanto en uno como en otro aspecto, sólo Italia se encuentra peor que España de entre los países más avanzados de la OCDE. Y según nuestro análisis de los resultados de la encuesta transnacional Executive Opinión Survey del World Economic Fórum, la distancia de España a Italia es pequeña (seis veces menos que la distancia de España a los mejores países) y la distancia de España a los peores países de la OCDE (Polonia, Turquía y México) es 2,5 veces más pequeña que la que nos separa de los países más avanzados.

En la encuesta que hemos realizado a 1.800 empresarios españoles se confirma la preocupación sobre las conductas irregulares: un tercio de los encuestados considera altamente frecuente la existencia de pagos a funcionarios y de donaciones a partidos (y sólo otro tercio considera que la frecuencia de esos hechos es baja) y el 44% considera altamente frecuente la existencia de empresas con capacidad para influir sobre decisiones de las Administraciones.

En cuarto lugar, parece haber algunas diferencias relevantes entre España y los países más avanzados de la OCDE en los valores relacionados con la actividad laboral. De la Encuesta Mundial de Valores pueden obtenerse algunas comparaciones interesantes.

La seguridad en el puesto de trabajo es valorada por el español, en general, como muy importante, más que en muchos otros países (exceptuando Alemania e Italia), pero al mismo tiempo pone un énfasis notablemente menor en el aspecto creativo o de realización personal que puede encontrarse en la actividad laboral y profesional. Sólo un tercio de los españoles parece valorar en su actividad laboral la oportunidad para desarrollar su propia iniciativa y este porcentaje aumenta relativamente poco en los jóvenes y en los más formados.

Algo muy diferente de lo que ocurre en la mayoría de los países más avanzados (Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Irlanda, Francia, Holanda e Italia), donde una proporción significativamente mayor de sus ciudadanos considera muy importante que el puesto de trabajo represente una oportunidad para desarrollar iniciativas, especialmente en los más jóvenes y en los más formados. Algo similar ocurre con la valoración de que la actividad laboral conduzca a algún tipo de realización, que los españoles valoran por lo general menos que en la mayoría de los países mencionados (aunque aquí las diferencias son menos extremas que en el caso anterior).

Es posible que unos ciudadanos que valoren especialmente la seguridad en el puesto de trabajo y que valoren poco que su actividad laboral les permitan desarrollar su propia iniciativa, y de acuerdo con los datos de la Encuesta Mundial de Valores es lo que ocurre en España, no constituyan una sociedad muy propensa a la innovación y a la incorporación de nuevas tecnologías.

Si en esa sociedad, además, la Administración pública constituye una traba relevante a la actividad empresarial, el grado de seguridad jurídica es percibido por los empresarios como una limitación seria a su desarrollo y el modelo del triunfador social imperante es el del hombre de negocios cercano al poder (consolidado por un grado alto de favoritismo en las decisiones políticas y administrativas), no nos debe sorprender que la productividad y la innovación diverja de otros países en los que no se dan esas deficiencias institucionales.

Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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