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CincoSentidos

La trampa

En ocasiones, entre lo que los demás piensan de nosotros y lo que en realidad somos media un abismo. Es lo que le sucede a Toñito. No lo conoce nadie más que sus amigos porque ante ellos no debe fingir y puede mostrarse tal cual es. Los amigos son lo mejor. Con ellos se lo pasa en grande y, además, se ayudan unos a otros en todas las ocasiones necesarias. La frustración es el odio que sentimos contra nosotros mismos.

No sé de dónde salió la pistola, pero recuerdo que Miguel apareció, desde el principio de todo, en el Luna Roja. No había mucha gente todavía. Yo me había encontrado con Beatriz y otras dos huevonas. Beatriz estaba tan linda, era la única que se veía bien con los harapos de hippie que usan las niñas ricas para fingirse bohemias, como si no fueran a acabar mantenidas por un marido economista y prohibiéndoles a sus hijos que usen las drogas que ellas usan.

Beatriz -linda- y yo hablábamos de películas, cojudez y media para sostener la conversación. Ella dijo que yo sabía mucho de cine. Yo no le expliqué que ver películas es lo único que me importa en el mundo. La estúpida de su amiga rebuznó que ella casi no iba al cine, que el cable es mejor porque puedes fumar huiros mientras ves la película. Yo casi respondí que su amiga era una estúpida. Beatriz dijo que ella prefería el cine, y yo la amé en silencio.

Miguel apareció justo entonces. Ni saludó, sólo hizo una seña desde la puerta y nos encontramos en el baño. æpermil;l tenía el falso que habíamos comprado entre los dos. Los tiros te hacen hablar, y yo quería hablar de Beatriz:

-Está buena, ¿no?

-¿La loca o la huevona?

-Las dos. Pero ella además es de la puta madre, le gusta el cine.

-¿Sí? Yo me la pesqué la vez pasada.

-Ah, ¿sí?

-Sí. No parece, pero creo que es medio ruca.

-Anda.

-Sí. Y ahora dice que está en bola de mí, alucina. Dice que va a tener un hijo.

-¿Queeé? ¿Y qué le has dicho?

-Cojonudo. ¿De quién será ese hijo, si existe?

-Bueno, pero si ella sigue jodiendo…

-Ya veré cómo me la quito de encima.

No me quedé a conversar mucho. La noticia me había dejado un poco frío. Regresé donde Beatriz. Ella habló primero:

-Estás duro, ¿no? Te has ido a jalar al baño.

-Sí.

-Detesto cuando están duros.

-¿No estaba duro Miguel, acaso, cuando te lo agarraste?

Ajá. Mi arma secreta para sorprenderla.

-No.

Falló.

-Miguel siempre está duro. No te diste cuenta.

-Puede ser.

Y siguió cuchicheando con sus amigas.

Odio cuando las huevonas te tratan con esa frialdad, como si quisieran dejarte bien claro que no les importas. Diez minutos antes habíamos estado hablando de películas, diez minutos antes yo sabía mucho de cine y su amiga rebuznaba. Ahora, de repente, yo ni siquiera entendía de qué hablaban en esa mesa en la que había pasado de protagonista a intruso, no sabía de qué se reían esas cojudas mientras hablaban en clave. ¿Sería de mí? ¿O en el fondo Beatriz se sentiría ahora con ganas de arrastrarse y pedir perdón, como yo me sentía? Pero ¿por qué tendría que disculparse? ¿Y por qué yo tendría que hacerlo? ¿Y dónde mierda estaba Miguel con los tiros?

(Toñito es muy deportista. Le gusta el fútbol, voley también juega, pero sobre todo le encanta correr tabla. Le gusta la playa. Cuando era chiquito no le gustaba nada la playa. Había que llevarlo a rastras, y era fuerte y terco. No quiero, gritaba, odio la playa y la voy a odiar siempre. Un día su papá le regaló una tabla, para ver si así lo hacía cambiar de opinión. Y Toñito nunca más dejó que pasaran más de tres días sin ir a la playa. Nunca volvimos a ir juntos, tampoco. æpermil;l iba con sus amigos).

Poco a poco empecé a acostumbrarme a la conversación en clave de la mesa. No, no hablaban de mí. Tampoco de ningún tema en particular:

-Ayer fuimos a la casa de Guillermo, alucina. Tenía una hierba hindú, y pipas de agua, y una música árabe locaza. Alucina que nos pusimos a bailar desnudas.

-¡Puta, huevona, con el imbécil de Guillermo, qué bad trip!

-Miguel estaba también.

Sí, claro, Miguel. Siempre donde pasa algo, parado al costado con su carota de 'yo no tengo las drogas'. Todos quieren comprarle y todos se ríen de sus chistes. Y siempre tranquilo. Creo que nunca lo he visto alterado, ni nervioso, ni apurado. Ni cuando vamos a comprar y aparecen los patrulleros. Lo odié, pero no tenía nada que hacer en esa mesa, así que fui a buscarlo. Al fin y al cabo, él tenía el falso que compramos.

Miguel estaba afuera, agarrándose a combos con Alejandro. Le sangraba la nariz, pero Alejandro tenía un ojo hecho mierda. De momento estaban parejos. A veces Miguel lograba tirar a Alejandro al suelo, a veces Alejandro le encajaba un puñete. No los separé. Los amigos de Miguel esperaron hasta que Alejandro estuviese pegando más fuerte. Entonces se metieron. No sé qué amigos eran. Miguel siempre tiene amigos que nunca tienen nombre.

Con su ojo hecho mierda, Alejandro se me acercó:

-¿Quieres un huiro?

Miguel tenía tiros, pero yo necesitaba relajarme un poco.

Fui con Alejandro.

-Ya se cagó ese conchasumadre -me dijo mientras prendía el huiro.

-¿Qué pasó?

-Nos metió el dedo con un ácido que nos vendió, huevón. El ácido no nos hizo nada, y el cojudo no me quiere devolver la plata. Pero ya se cagó.

-¿Qué vas a hacer?

-Tú espera nomás, vas a ver. Le vamos a tender una pequeña trampa.

(Yo he criado a mi muchacho como me gustaría que me hubiesen criado a mí de chico. No lo he sometido a reglas sin sentido y toda la vida hemos conversado sobre lo que hace. Siempre me cuenta cómo le va y cuáles son sus planes.

Nunca hemos hablado mucho de chicas, sin embargo. Cuando tenía doce años vino a contarme una frustración con una enamoradita de once. Yo le dije que no se preocupara, que ya habría otras, pero me respondió que él quería a ésa. Nunca volvió a tener enamorada que yo sepa, ni mencionó más el tema.

Creo que la comunicación es imprescindible para construir una familia sólida y bien asentada, y trato de que nunca falte un oído atento a los problemas de mi hijo. Quiero que sea abogado. Habla bien).

No regresamos al Luna Roja después del huiro. Más bien fuimos al Paranoia, y ahí estaban todos de nuevo: Beatriz, las estúpidas y, por supuesto, Miguel, con la nariz arreglada para que no se le malogre la carota, contando los mismos chistes, hablando de las mismas cosas y repitiendo la misma noche todas las noches, como en un teatro en el que todas las funciones son iguales.

Pensé que Alejandro iría a planear la venganza con el Chara y Rafo, que estaban en otra mesa, pero en vez de eso se acercó a una de las estúpidas. Karina se llamaba, creo. Mientras le hablaba al oído, aproveché para acercarme donde Beatriz.

-Hola -le dije.

-Hola. ¿Sigues duro?

-No.

-Qué bueno, porque no me gusta la gente cuando jala mucho. Yo no soy una mojigata, huevón, pero la coca ya es otra cosa, me da miedo y…

-¿Te gustaría ir al cine un día?

-¿A ver qué?

-No sé. Lo que sea.

En ese momento, Alejandro se levantó y se fue. Supuse que había quedado con Karina para encontrarse más tarde. Pero a mi costado sonó una voz que me hizo entender.

-Hola. -Era Miguel y estaba parado justo entre Beatriz y yo.

Consideré la situación en un segundo: Miguel tenía mi falso, pero si me ponía amable con él era capaz de quedarse toda la noche interrumpiendo. Decidí ser agresivo:

-Huevón, has estafado a Alejandro con un ácido. ¿Por qué no le devuelves su billete?

-Alejandro es un imbécil, el ácido estaba bueno.

Y el muy conchasumadre se sentó. Entre ella y yo. Y ella, feliz. ¿Por qué? ¿Por qué me parecía tan feliz con ese huevón que la despreciaba? Como última estrategia para sacarlo de ahí le sugerí ir al baño a jalar, pero el pendejo me dio el falso para que fuera solo. Me cagó, me quitó de en medio. Y yo caí porque, qué chucha, quería jalar un poco.

(Nunca destacó en la clase, Toñito. Tampoco era un mal alumno, pero nunca tuvo notas excelentes ni pésimas, ni siquiera hizo suficiente bulla en clase como para llamar la atención.

Era un buen muchacho, sin embargo, o tal vez uno dice eso de todos los que no recuerda bien. Porque tenemos demasiados alumnos, ¿sabe usted? Yo en un año puedo tener unos doscientos, doscientos cincuenta, y no me puedo acordar de todos. Sólo en cinco años ya les has visto la cara a más de mil. Demasiados. Y para lo que nos pagan, la verdad, no vale la pena conocer a tanta gente).

Aquí ya se me empieza a poner un poco borroso el asunto. Rafo estaba en el baño, o el Chara, alguno de los dos. Mi falso ya casi no tenía nada, pero él me invitó a una rayita y me dijo:

-Vamos a cagar a Miguel. ¿Vienes?

-¿Qué van a hacer?

-Puta, ni se lo espera.

-¿Le van a pegar?

-Si quieres saberlo, ven. ¿O no quieres? Seguro que es tu amiguito, ese mierda.

Y como el mierda sólo me había comprado un falso, decidí ir. Total, Alejandro y los otros son mis amigos. Con ellos puedo ser yo mismo, no tengo que fingir. Al salir del baño ya estábamos bastante duros, y entre el trago y los huiros la cabeza me estaba dando demasiadas vueltas, pero, ¡mierda!, Miguel y Beatriz ya no estaban en la mesa. Karina o como se llame me vio y se rió, la perra. No dije nada y salimos.

No fuimos directamente donde Miguel. Rafo tenía una chata de ron y Alejandro compró unos mixtos, 'para estar bien intoxicados, como el trabajo lo requiere', dijo. Los demás nos reímos, no sé bien de qué. A mí me preocupaba Beatriz. Quería encontrar a Miguel para encontrarla a ella. Tendrían que estar todavía hablando de películas o de música, cojudeces para sostener la conversación. O tal vez hablaban de un aborto. Me los imaginé gritándose, tensos, y quise protegerla. Creo que fue entonces que vi la pistola por primera vez, había un bulto brillante en el cinturón de Alejandro. Y supe que ese conchasumadre no dañaría a mi Beatriz, mi Beatriz que aún no era mía.

Luego del trago y los mixtos no regresamos al Paranoia. Más bien nos alejamos. Alejandro y los demás caminaban en silencio pero resueltos, como si supieran perfectamente adónde estaban yendo. Yo habría preferido no tener que caminar tanto porque empezaba a tener náuseas. Pero ellos caminaban rápido, y me pareció que avanzábamos kilómetros, que jamás terminaríamos. Creo que Karina estaba en el camino, pero no estoy muy seguro y de todos modos no importa mucho porque justo después, doblando una esquina, Beatriz y Miguel aparecieron en el carro de ese hijo de puta, y no estaban hablando cojudeces, no estaban hablando.

Fue casi gracioso verlos, como se ve una película o se recuerda un sueño, desde afuera, sintiéndose excluido del argumento principal. A mí no se me habría ocurrido que Beatriz gemiría así mientras tiraba, como un perro. Pensé que haría algún sonido más digno, no sé. Parado frente al auto, Alejandro amenazó a gritos y Miguel salió casi calato:

-¿Estás loco, conchatumadre? ¿Qué tienes?

Alejandro le dijo que esta vez iba a pagar el ácido y un montón de perradas más. Rafo y el Chara rodearon a Miguel. Yo vi a Beatriz vistiéndose, tapándose dentro del carro, y tuve náuseas. Y Alejandro, para pelear con las manos libres, me dio la pistola.

Todo lo siguiente pasó muy rápido, y la náusea y la risa medio enferma que me atacaron parecían acelerarlo más.

Hay cosas que te hacen pensar rápido, como las drogas, el alcohol, el amor y la traición, y esa noche todas me perforaban el cerebro. Pero, aunque no hubiese sido así, Alejandro y los demás eran mis amigos. Tus amigos son las personas con las que siempre puedes ser el mismo, con las que eres actor principal y no, como en el amor, un vulgar espectador, un pasivo de mierda. Y cuando ponen una oportunidad en tus manos no puedes fallarles. Por eso levanté la pistola. Y Miguel se puso pálido y se arrodilló, casi calato. Miguel, que había dicho que ya vería como se quitaba de encima a Beatriz, a mi amor, a esa perra, repentinamente no era nadie, y yo, con mis náuseas y todo, era el protagonista.

Pero los protagonistas no deciden, sólo actúan. Y yo no era el director, el que decide cómo termina la obra, la primera diferente de una larga temporada igual. Apunté y cerré los ojos para disparar, pero nunca imaginé que el director era alguien que me conocía como sólo te conocen los buenos amigos, y que sabía que la frustración es mucho más fuerte que el odio porque es el odio que sientes contra ti mismo, alguien que sabía cómo quitarse las molestias de encima, alguien que estaba seguro de que cuando yo abriera los ojos tras la explosión estaría solo en esa pista, sin compañeros, acompañado sólo por una Beatriz casi calata, arrodillada y muerta.

Es curioso. No sé si en realidad Alejandro se llamaba así, ni el Chara, ni Rafo. No recuerdo bien si ésos eran sus nombres. Miguel siempre tiene amigos que nunca tienen nombre.

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