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Cinco Días

Adulterio

Natalia considera que el amor se llena de detalles justo porque los desprecia. Sintiendo amor se descubren cosas nuevas. Ella sabe que su amante es un cobarde. Se arrepiente constantemente, pero a la vez está orgullosa. Pidió perdón, pero sabía perfectamente que las palabras que murmuraba no las entendía nadie. Perdió todo el interés por lo que la rodeaba. Sólo su única hija fue la que se atrevió a formular preguntas.

Las hojas caen en un jardín de la calle Capitanía. El amante está sentado en el living conversando con la empleada que pasea la guagua. Mira por la ventana el patio de la casa. No se atreve a preguntar la hora. ¢Si son las tres no importa ­piensa­, si son las cuatro llego tarde¢, y se pregunta si tiene derecho a enojarse. No habían quedado en ninguna hora precisa, ella sólo le dijo: ¢Ven después de almuerzo¢. No es culpade nadie si para el ¢después de almuerzo¢ sean lastres y para ella las cuatro.

Ella tiene el pelo negro, la cara blanca y cuadrada, dos grandes ojos negros iguales a un retrato al óleo de su bisabuela que escondió en la bodega por cursi. En realidad no quiso llevarse ninguno de los numerosos muebles de su mamá, ni el retrato de los congresistas del 1925 con su bisabuelo de presidente de la Cámara, ni ninguno de los recuerdos de la Guerra del Pacífico donde su tatarabuelo fue héroe. Su marido no tenía historia, apenas unos vagos parientes en Rusia y unos primos en Buenos Aires. Eso es lo primero que le gustó de él: 'No es ni siquiera completamente chileno, él no es nadie, voy a poder empezar de cero'. Nació Natalia y ella esperó que su marido se decidiera a envejecer con ella. Pero estaba igual, con la misma barba de rabino de los 22 años, la misma facilidad para cumplir con sus deberes, con la misma sonrisa irónica con que arreglaba el computador cuando ella lo llenaba de virus. 'No eres tú la tonta, es la máquina', decía mientras ella, acostada, miraba lo insignificante de su espalda tecleando. '¿Y qué viene ahora?', se preguntaba mientras oscurecía y quedaba sola la luz del escritorio al fondo del departamento. Tan protegidos del bien como del mal, nadie entró en sus vidas, hasta el amante siempre estuvo ahí. Era primo hermano del marido, ingeniero como él y cinco años menor. Cuando estaban los dos juntos ella notaba en el silencio del primo una sombra de ira contenida. '¿Lo odia o lo admira? ¿Lo desprecia? ¿Lo envidia?', se preguntaba viéndolos en la noche estudiando juntos unos planos. Intentaba que le fuese tiernamente indiferente, como el resto de su numerosa y judaica familia política. No le gustaba, tenía los mismos defectos de su marido y ninguna de sus cualidades. Quería decirle violentamente que no siguiera esperando en su living con la boca llena de nada, una nada gelatinosa que la hacia sentir estúpida.

Llegó el invierno. Una mañana se encontraron en el supermercado. æpermil;l le invitó a un café y ella no supo por qué le empezó a contar hasta el último detalle de por qué era tan feliz en el matrimonio, por qué era tan infeliz en el matrimonio.

'Cuando estaban los dos juntos ella notaba en el silencio del primo una sombra de ira contenida. ¢¿Lo odia o lo admira? ¿Lo desprecia?¿Lo envidia?¢, se preguntaba viéndolos en la noche'

'Se encontraron otra vez más en el cumpleaños de su suegro. æpermil;l prometió acompañarla al centro a comprarle un sombrero y una boina vasca a su marido'

El primo se mantuvo callado. Le brillaron los ojos y ella se dio cuenta de que llevaba meses mirándola.

Se encontraron otra vez más en el cumpleaños de su suegro. æpermil;l prometió acompañarla al centro a comprarle un sombrero y una boina vasca a su marido en la mítica Donde Golpea el Monito. Hacía tanto tiempo que ella no pisaba la calle Ahumada que tenía miedo de perderse. A las dos de la tarde, la debilidad de luz perdida en el polvo los hizo besarse detrás de la catedral. Habían pasado cien veces por ahí, nunca antes habían notado que había una librería, un pequeño parque y una placa de mármol. En esa esquina no podía pasar nada importante, sólo escapar de la iglesia o seguir de largo. Quizás por eso creyeron que ahí nadie los vería.

El amor se disfraza de detalles justo porque los desprecia. Su infidelidad trató como las otras de ser única. Pero que un tren atropelle a un pobre, que en un pueblo haya un solo hombre y una sola mujer que lean, que el verano sea demasiado tórrido o que los hombres grandes hayan ido a la guerra y no queden más que niños no evita que cada una de las infidelidades sea la misma y que en esa simetría esté todo el placer. El amor de él, el amor de ella nunca serán tan fuertes como el amor de ambos a la geometría. Antes eran dos, ahora tres, midiendo la infinita distancia que separa los cuerpos abrazados. Estaban viviendo como los demás, más que los demás. Un minuto se esforzaron en creer esa mentira. Pero una mentira es siempre una mentira. Y como si llovieran llamas detrás de la ventana, piensan apretados desnudos sus huesos los uno sobre los otros:

'Sólo nosotros dos vamos a quedar vivos, cuando todos se quemen, sólo nosotros dos'.

Ella descubre horas del día que no conocía, él evita hacer cualquier comentario. Ella se ríe sola en las tardes (desde que tiene a su amante le gusta más que nunca estar sola). 'Soy la misma, soy la misma y nadie nota la diferencia', sonríe roja. 'Es tan raro', piensa, 'a mi amante lo veo siempre de día, en parques inofensivos, rodeado de niños, y a mi marido siempre de noche, casi como si se escondiera'.

El amante ya no soporta la ingeniería. Pinta unos cuadros con hombres sin rostros y con manos enormes. Adelgaza mucho, se le ven los huesos en el pecho cuando suspira. Se queda callado. 'No va a vencer en la vida', sabe ella, 'eso me gusta, es un cobarde, pobre cobarde'. El marido viaja mucho a Estados Unidos. Una empleada hace sugerencias malévolas. Ella tiene que echarla. Pasa un verano, otro invierno y de pronto Natalia está tan gorda que nadie puede llevarla en brazo.

Cada segundo ella se arrepiente, pero si une uno detrás de otro junta los instantes hasta llegar a la hora, está orgullosa.

Al casarse dijo, 'esta es la vida, ahora empieza', y ya había empezado sin ella. Después de casarse, ser infiel, y después de ser infiel, seguir con la línea más allá del pizarrón, en el cielo o en el subsuelo, desaparecer.

Entonces, cuando pensó que lanzaba su nota más alta, cuando sólo reconocía el olor del amante, el marido despacio y en silencio retomó la voz. Llegó de Mitchigan, grueso y sonriente, lleno de chocolates y con sus primeras canas en el pelo.

'¿Cómo no sabe nada, es tonto o se hace?', pensó al abrazarlo muchas más veces que las necesarias. Ella y su amante casi no se escondían, ya tenían amigos en común, iban al cine una vez por semana y otras veces se encontraban a la hora de almuerzo. Hasta se peleaban semanas enteras. Ella se puso a pensar cada vez más en su marido. 'Quiere tanto a Natalia. ¿Por qué no me pide otro hijo?'. Pensó en que ese hijo pudiera ser del amante, pensó en un hijo suyo y del amante jugando con Natalia. Natalia jugando con un hermano que fuese al mismo tiempo su primo. Pensó en ese hijo a los quince, igual a su amante, exigiéndole como él estar desnuda aunque se ponga a toser y a quejarse de lumbagos. Un hijo que la mirara con los ojos de niño del amante, un hijo con el silencio del amante pidiéndole plata al marido para ir a una fiesta.

No pudo quitarse esas imágenes que sabía tontas de la cabeza. Se puso a pedir perdón.

Durante meses rezó a escondidas. Sabía que cada una de esas palabras que murmuraba no las entendería ni el amante ni el marido. Se reirían con la misma ironía universitaria. Las fue acumulando sin articulación directo a su cerebro. Cómo odiaba la ingeniería, cómo odiaba la astucia, la mendicidad, los cálculos, las circuncisiones, los ruegos de los dos. Le perdió el gusto a la comida. Sentía frío todo el día. Miraba caer las hojas en el jardín, miraba al pastor alemán de su marido morder la cadena de metal de su cuello, y todo de repente tuvo el mismo relieve, todo el mismo peso, todo la misma falta de olor.

Una mañana, después de dejar a la niña al colegio, un dolor de cabeza la botó al suelo. El marido la llevó a la Clínica Alemana donde le diagnosticaron un cáncer en el hipotálamo. El amante la visitaba a diario. Una tarde el marido le ofreció llevarlo en auto. En la Costanera el amante le dijo que parara el auto porque estaba mareado. Agachó la cabeza sobre el parabrisas y le contó todo. El marido, con total tranquilidad, le advirtió que si lo volvía a ver le iba a disparar.

La esposa volvió a la casa. Su pelo se puso blanco antes de caer completamente. Adelgazó veinte kilos. Predicó la resignación y la paciencia, hasta la última semana, donde, acostada y sudando, se puso a insultar a los enfermeros, los doctores, a su marido y a su hija.

Aunque ella había pedido expresamente que no le dieran ningún calmante, el marido decidió inyectarle morfina.

La pincharon mal dos veces. Se quejó diez minutos más, por fin dejó su boca seca abrirse y se puso a respirar por última vez. Recién entonces los tres supieron que habían estado todo este tiempo de la mano. Ahora que la mujer se hundía en la oscuridad el marido le apretaba la mano a la nada. El amante esperaba el turno de oscuridad del marido para reencontrarla a ella.

No hubo comentarios. Sólo Natalia, de doce años, se preguntó por qué su padre, sentado a un metro del cadáver, no lloraba.

El Autor

Rafael Gumucio nació en Santiago de Chile en 1970; es profesor de castellano y colabora como periodista en diversos medios de comunicación. Está considerado una de las principales voces narrativas actuales de América Latina. En España, ha publicado Memorias prematuras(Debate 2000) , Comedia nupcial (Debate 2002) y Páginas coloniales(Mondadori 2006).

Diccionario sin levantarse

Guagua: En la América andina, niño de pecho.

Guerra del Pacífico: (1879-1889) fue un conflicto armado que enfrentó a la República de Chile contra la República peruana y la República de Bolivia. También se ha denominado Guerra del salitre.

Living: Cuarto de estar.

Donde Golpea el Monito: Tienda de sombreros y turbantes de Santiago de Chile.

Pizarrón: En algunos países americanos, encerado (para escribir o dibujar en él).

Hipotálamo: Región del encéfalo situada en la base cerebral, unida a la hipófisis por un tallo nervioso y en la que residen centros importantes de la vida vegetativa.

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