Tras el rastro de Alejandro

Dónde está la tumba de Alejandro? La cuestión salta cada tanto a la actualidad, removida por algún hallazgo o teoría nuevos. Es una cuestión ardua. Porque Alejandro de Macedonia, el III de su nombre y más conocido como Magno, el Grande, pudo haber dado con sus huesos en muchos sitios. Nacido el año 356 antes de Cristo, educado por el filósofo Aristóteles, tomó el poder con sólo 20 años, tras ser asesinado su padre Filipo. Primero tuvo que vencer la oposición interna (Tebas) y enseguida se lanzó a la conquista del mundo conocido, ya que venció al persa Darío y se adueñó de Mesopotamia, de Fenicia, de Egipto. Llegó incluso al valle del Indo, pero sus tropas se negaron a seguirle por el Ganges. De regreso, murió en Babilonia, con los míticos 33 años de los elegidos - en realidad, con 32.

¿Está por allí su tumba, o en Alejandría de Egipto, una de las muchas ciudades que fundó (o refundó) con su nombre? En esta Alejandría sacan con frecuencia a relucir el asunto, aportando algún pedrusco sumergido como posible resto de su sepulcro. Cerca de allí, en Marruecos, Alejandro ha vuelto a arengar a sus tropas, que esta vez pertenecían al Ejército marroquí; Alejandro era Colin Farell y el director de la peli, Oliver Stone. La cinta, con tres horas de metraje, ha renovado el interés y la polémica, en parte por el paralelismo insinuado por Oliver Stone con la política exterior de Bush (¡en plena campaña electoral!) y también por otras cuestiones, como los devaneos homosexuales de Alejandro, que han enfurecido a algunos intelectuales griegos -pero ¿es que nadie se acuerda de El muchacho persa, aquel best-seller de los años setenta sobre el amante de Alejandro?

Esta película de Oliver Stone no es novedad. A finales de los cincuenta, se rodó en los entornos de Madrid la primera gran superproducción americana en España, Alejandro Magno, con Richard Burton y Danielle Darrieux como castos protagonistas. Era la época en que algunos bares empezaban a expedir un brebaje extraño llamado Coca-Cola, antes de que Cecil B. de Mille montara un efímero y fecundo Hollywood en Las Rozas.

Ciudad santa de los macedonios

No se sabe dónde está la tumba de Alejandro, pero sí dónde están las de toda su familia. Fueron excavadas en los pasados años setenta por el arqueólogo griego Andrónikos. Están en Vergina, que era una especie de ciudad santa de los macedonios, donde coronaban y enterraban a sus reyes. Las tumbas están en un valle, algo apartadas de la colina sobre la cual se levantaba la ciudad, entonces llamada Agai. De esta ciudad sólo quedan ruinas muy escuetas: restos del teatro, la huella apenas del palacio real... Desde aquel puzzle de fragmentos inconexos, rodeados de olivos y yerbas salvajes, la vista abarca una llanura dilatada, serena y luminosa.

Abajo están las tumbas reales. Son como madrigueras, montículos artificiales las cubren, y hay que descender una empinada escalinata. Bajo uno de esos túmulos está el sepulcro de Filipo, sellado por una puerta de mármol, flanqueado por otros dos enterramientos. La prueba de que allí yacía el padre de Alejandro fueron los huesos encontrados (una tibia más corta que otra: Filipo era cojo) y sobre todo el montón de oro derrochado en coronas y otros aderezos.

Este fabuloso tesoro puede verse en el museo de Tesalónica, capital de la Macedonia griega, una ciudad cuya plaza principal lleva el nombre de Aristóteles, y que el turista agradece visitar, aunque nada conserve de época griega. No así en Pella, a pocos kilómetros: allí fue donde nació Alejandro, si bien hay que emplear a fondo la imaginación para animar los cuatro muros y columnas que se alzan en el recinto arqueológico. En el museo puede verse una cabeza de Alejandro, un retrato idealizado, como de un dios hermoso; así quiso que le viera el mundo aquel joven que era ya, al morir, un mito inmortal.