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Columna
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Los vascos y las vascas

Los ciudadanos vascos procedentes de otras regiones de España también cuentan. Y mucho. Para el autor, el 'plan Ibarretxe' deberá prestar especial atención a la identidad y la voluntad de ese sector del País Vasco, que tiene iguales derechos que los nacionalistas

Cuando Ibarretxe y otros dirigentes nacionalistas, rehuyendo siempre el genérico masculino, hablan de los vascos y las vascas, debieran aclarar si efectivamente existen unos hombres y mujeres de rasgos iguales y con una identidad tan radicalmente diferenciada de la del resto de ciudadanos españoles como para que su convivencia dentro de un mismo Estado, por descentralizado que sea, resulte imposible hasta el punto de hacer precisa su separación.

Si se centra la atención en los residentes en el País Vasco, único feudo que puede reivindicar el nacionalismo a pesar de que sus pretensiones se extienden a Navarra y a las provincias vasco-francesas, según el censo de 2001 había un total de 2.082.587 personas que podrían ser, sin tener en cuenta la anunciada separación alavesa del proyecto independentista, aquellas a quienes afectara el plan Ibarretxe. De esas personas, 564.656, un 27,1% del total, han nacido fuera de Euskadi y, por tanto, tienen sus propios rasgos de identidad, en principio tan respetables como los que puedan definir la identidad vasca.

Pero, con ser importantísimo el hecho de que más de la cuarta parte de los habitantes de Euskadi tengan inevitables sentimientos de pertenencia hacia las tierras que les vieron nacer, compatibles con su afecto por la tierra donde residen, es preciso tener en cuenta que esos sentimientos se arrastran por generaciones, como bien saben los nacionalistas cuando reivindican su propia identidad.

En este sentido, no puede ignorarse lo que ha ocurrido a efectos demográficos con la llegada masiva a Euskadi de ciudadanos procedentes de otros territorios españoles, como quienes emigraron en las décadas de los setenta y de los sesenta e hicieron crecer la población del País Vasco un 37,4% y un 30,7%, respectivamente, cuando el resto de España no llegaba al 9% en cada decenio.

Los jóvenes inmigrantes que llegaron masivamente a Euskadi no se mantuvieron distantes de la sociedad vasca, como lo prueba el hecho de que sólo el 19,6% de los matrimonios celebrados entre 1976 y 1991 estuvieran formados por nacidos fuera de Euskadi, mientras que un 31,3% tuvieron por contrayentes una persona nacida en el País Vasco y otra nacida fuera, lo que era grave pecado para Sabino Arana, que anatemizó la mezcla con 'sangre española, la peor de todas las sangres'. En el 49,1% restante de los matrimonios, los dos contrayentes eran nacidos en alguna de las tres provincias vascas, lo que no quiere decir que todos ellos fuesen 'vascos puros' puesto que, en aquel periodo, sólo el 39,6% de la población era autóctona en dos generaciones (nacidos ellos y ambos padres en Euskadi).

Este mestizaje operado a través del matrimonio ha tenido mucha trascendencia debido a la fecundidad diferencial. En efecto, según demostró la Encuesta Sociodemográfica de 1991, las tasas de soltería de las mujeres nacidas en el país Vasco eran prácticamente dobles, para todos los grupos de edad, que las tasas de soltería de las mujeres que, residiendo allí, habían nacido fuera. Además, el número de hijos tenidos por éstas era siempre superior al de los que tenían las nacidas en Euskadi, lo que explica que los 2,1 hijos tenidos por cada mujer nacida fuera del País Vasco duplicaran prácticamente los 1,2 hijos tenidos por cada mujer allí nacida.

Pero, al tratar de vascos y de vascas, se suele hacer caso omiso de otra población que algo tendrá que decir si se intenta desgajar el territorio en que han nacido de aquel en el que viven. Dejando de lado los residentes en el extranjero, sobre todo en América donde los vascos siempre han tenido un fuerte protagonismo, se sabe por el Censo que, en 2001, residían fuera de Euskadi 253.362 de los allí nacidos. Pero esta cifra, con ser importante si se tiene en cuenta toda la descendencia de esos habitantes, está lejos de medir la verdadera trascendencia que la emigración histórica vasca ha tenido en el resto de España, como tuve ocasión de señalar en el trabajo La mezcla del pueblo vasco (número 87 de Claves de Razón Práctica, número 1 de Empiria y número 6 de Papeles de Ermua) donde se demostraba que nada menos que 4,4 millones de personas residentes fuera del País Vasco son originarias de allí, al contar con alguno de sus apellidos vascos según el Nomenclátor de la Academia Vasca de la Lengua.

Frases tan simples como 'hayamos nacido donde hayamos nacido', que acaba de señalar Ibarretxe al defender su añorada identidad nacional, no pueden zanjar sentimientos de pertenencia y lazos afectivos tan mezclados como los que parecen existir. Y esa población vasca, en cuyo nombre hablan todos, tendrá que pronunciarse ante la propuesta nacionalista de una manera que, a la vista de los datos objetivos existentes, no parece que pueda ser muy entusiasta.

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