_
_
_
_
_
CincoSentidos

El ejército de la paz eterna

Resulta paradójico que el cuartel general del ejército antiguo más famoso del mundo, el de los guerreros chinos de terracota, se encontrara en la ciudad de 'la paz eterna', Chang'an, la antigua Xi'an. Esta vieja ciudad, en cuyos alrededores se han encontrado vestigios de poblaciones neolíticas, fue durante más de 1.000 años el centro más importante de Asia y el lugar de encuentro entre Oriente y Occidente. Desde que en el año 221 antes de Cristo Qin Shi Huang, el unificador de los reinos de China, el constructor de la Gran Muralla y el emperador que está enterrado en las afueras de la ciudad con el imponente ejército de más de 8.000 soldados de arcilla, la convirtiera en capital fue labrándose, con altibajos, su magnificencia hasta que en 1911, con el final de la dinastía Quing, entró en decadencia.

En la actualidad, las viejas guerras entre las sucesivas dinastías han sido sustituidas por otra igualmente devastadora, la que enfrenta al crecimiento con las tradiciones; un ejército de fábricas parece haber puesto cerco a la ciudad.

Xi'an trata de defender su pasado imperial tras las murallas Ming, construidas entre los años 1374 y 1378. Unos disuasorios muros de 18 metros de grosor en su base y 12 metros de altura, rodeados por un profundo foso, configuran un rectángulo de unos 14 kilómetros de perímetro que permite a una pequeña parte de la población vivir de espaldas al bullicio y cosmopolitismo de una de las mayores capitales del noreste de China.

Sobre cada una de las cuatro puertas originales de la muralla -a partir de 1949 se abrieron seis más para permitir el tráfico de vehículos- se yerguen otras tantas torres que, en realidad, parecen pequeños palacios de tres pisos suspendidos en el aire, soportados sobre pilotes de madera rojos y cubiertos por el tradicional tejado chino pintado de verde jade, cuyos voladizos decorados con figuras fantasmagóricas se retuercen hacia el cielo.

Las calles estrechas que se atisban en el interior de este espacio enclaustrado contrastan con las bulliciosas avenidas que lo circundan y sólo un caótico tráfico de bicicletas y ciclomotores ahuyenta la esperanza que abriga el viajero de poder cruzarse con algún mandarín, oír el frufrú de la seda de los ricos vestidos de los funcionarios chinos o ver a alguna noble dama balancearse insegura sobre unos diminutos pies vendados, los 'lirios dorados de ocho centímetros', como los llamaba la tradición.

Todo lo que queda del pasado de Xi'an, a excepción de las tumbas de sus emperadores, está encerrado entre estos muros como la Torre de la Campana, símbolo de la ciudad; la del Tambor; la pagoda del Gran Ganso, con su atalaya de siete pisos de 60 metros de altura; la del Pequeño Ganso; el Bosque de las Estelas, una gran biblioteca de libros de piedra; o la gran mezquita, donde el Islam luce unas anómalas y bellas galas chinas.

Extramuros del corazón neurálgico de Xi'an, el viajero se encontrará con una ciudad moderna, con lujosos hoteles, buenos restaurantes y sugestivos comercios -durante un tiempo se caracterizó por ser una de las raras poblaciones chinas que tenía muchos escaparates-, donde le resultará difícil, salvo por los rasgos físicos de la muchedumbre que le rodea, hacerse a la idea de que se encuentra en una de las grandes ciudades de un país cuya historia empezó a documentarse hace 5.000 millones de años.

Un tesoro de barro

La mayor joya de Xi'an, descubierta por un campesino en 1974, es el gran ejército de soldados de terracota que se encuentra a un kilómetro al este de la tumba del emperador Qin Shi Huang. Sumergido en una fosa de seis metros, un ejército compuesto por 1.000 hombres, avanzadilla de otro más numeroso, de hasta 8.000 integrantes, que se adivina todavía enterrado, centenares de caballos y más de 100 carros de guerra de madera, se apresta a lanzarse sobre el enemigo. La visión de conjunto es estremecedora.Un espejismo gris que emerge de una tierra ocre cuya monotonía no se rompe hasta que la mirada rescata los detalles. Ninguno de los hombretones de entre 1,8 y 2 metros de altura es igual a cualquiera de sus compañeros. Sus rostros, que se cree reflejan a modo de una fotografía el original, los hace únicos.En otra fosa, más pequeña, se pueden ver nuevas figuras, aunque como muchas están rotas parece que hayan vuelto ya de la batalla. Una tercera sala, donde sólo hay 68 figuras y un carro, pasa por ser el cuartel general. A la vista de esta maravilla, resulta incomprensible que los arqueólogos no se decidan a excavar el mausoleo del emperador.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_