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Tribuna
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El camino hacia el euro de los nuevos socios de la UE

Simón Sosvilla Rivero y Francisco Pérez Bermejo

Los autores analizan el proceso de incorporación a la Unión Económica y Monetaria a que se enfrentarán los nuevos socios que entrarán en la Unión Europea el próximo sábado, 1 de mayo. Un paso crucial para ellos será el desarrollo de sus sistemas financieros

El Sistema Monetario Europeo (SME) constituyó un importante hito en el proceso hacia la Unión Económica y Monetaria (UEM) en Europa. Se estableció en 1979 con el fin de lograr mayor estabilidad monetaria en la hoy Unión Europea (UE) en un contexto internacional caracterizado por una excesiva volatilidad de los tipos de cambio, que se consideraba perjudicial para el proceso de integración en marcha. El SME supuso el nacimiento de la Unidad de Cuenta Europea (ECU, antecesor del euro), constituida por una cesta ponderada de las monedas de los países pertenecientes al SME en función al peso relativo de cada país en la UE.

La pieza central del SME era el Mecanismo de Cambios e Intervención (MCI), que establecía un sistema de tipos de cambio fijos, pero ajustables, en el que cada moneda participante tenía una paridad central frente a la ECU. Estas paridades centrales determinaban una parrilla de paridades bilaterales respecto a todas las demás monedas y definían unas bandas dentro de las cuales podían fluctuar los tipos de cambio, existiendo un acuerdo colectivo expreso de apoyo mutuo para mantener las monedas dentro de las bandas de fluctuación.

Como consecuencia de las entradas de capitales, son probables episodios de apreciación de las monedas de los diez nuevos países de la UE

El MCI constituyó el primer intento de definir un acuerdo cambiario totalmente europeo, sin referencia al dólar estadounidense, y, en principio, simétrico, dado que ninguna moneda desempeñaba un papel preponderante. Asimismo, supuso un marco explícito de coordinación de las políticas macroeconómicas entre los Estados miembros. Ocasionalmente, se permitían cambios en las paridades centrales (denominados realineamientos) que intentaban reflejar las cambiantes condiciones económicas y la relativa evolución de los países participantes.

Numerosos trabajos teóricos trataron de explicar el comportamiento de los tipos de cambio en un acuerdo institucional como el establecido en el SME, dando lugar a los modelos de zonas objetivo. La idea básica es que, mientras sean creíbles, las bandas de fluctuación ejercen notables efectos estabilizadores sobre las expectativas que el mercado forma sobre la evolución futura del tipo de cambio, mientras que, si existen problemas de credibilidad, estas expectativas generarían efectos desestabilizadores cada vez más acusados.

En la historia del SME podemos distinguir claramente cuatro periodos diferentes:

En el primero (marzo de 1979 a enero de 1987), la combinación de unas bandas de fluctuación relativamente amplias y realineamientos pequeños y frecuentes ayudaron a reducir el volumen de movimientos especulativos de capitales y a estabilizar el sistema.

El segundo periodo (enero de 1987 a diciembre de 1991) coincidió con una creciente confianza en el MCI, el desmantelamiento de los controles de capital y una mayor convergencia en las variables económicas fundamentales de los países participantes, no registrándose ningún realineamiento.

El tercer periodo (septiembre de 1992 a agosto de 1993) se caracterizó por una sucesión de crisis debidas a pérdidas de credibilidad en un contexto de conflicto político entre los países europeos sobre cómo afrontar la severa recesión registrada esos años.

Durante el último periodo (agosto de 1993 a diciembre de 1998) se observó un aumento de la credibilidad de los compromisos cambiarios tras la ampliación de las bandas de fluctuación y la creciente probabilidad de que algunos países pudieran superar los requerimientos necesarios para su incorporación a la UEM.

La tormenta cambiaria registrada en el MCI durante 1992-1993 renovó el interés por el análisis de las causas potenciales de las crisis cambiarias. En este sentido, dentro de la amplia variedad de estudios teóricos y empíricos en esta área, cabe señalar dos líneas principales de investigación.

Un grupo de modelos subraya la importancia de las variables económicas fundamentales como determinante último de las crisis cambiarias, mientras que otro grupo argumenta que las crisis pueden estallar aún sin cambios notables en dichas variables, desempeñando las expectativas de los agentes un papel clave en dichas crisis.

Los resultados de nuestros trabajos sugieren que ambos modelos tienen razón a la hora de explicar la crisis del MCI, por cuanto tanto variables fundamentales (básicamente indicadores de competitividad del país) como las expectativas de los agentes sobre la evolución futura de los tipos de cambio y la credibilidad que éstos asignan a los compromisos cambiarios habrían sido los detonantes de este periodo de inestabilidad.

Con la puesta en marcha el 1 de enero de 1999 de la UEM, el SME dejó de existir, siendo reemplazado un nuevo MCI (denominado MCI-II). De la experiencia del SME se pueden extraer básicamente tres lecciones importantes de interés para los actuales y potenciales miembros del MCI-II:

En primer lugar, que un sistema cambiario regional constituye una buena solución siempre y cuando los agentes económicos asignen una alta credibilidad a los compromisos derivados de su participación en este acuerdo cambiario.

En segundo lugar, la estabilidad cambiaria no es suficiente por sí misma para generar mejores perspectivas de crecimiento económico, necesitándose también llevar a cabo políticas macroeconómicas sensatas para resolver los desequilibrios estructurales, liberalizar los mercados de factores y productos y alcanzar la suficiente capitalización productiva y humana, al tiempo que se ha de procurar una comunicación eficaz y transparente con los operadores de forma que aumente la reputación de los responsables de dichas políticas.

Por último, un sistema de tipos de cambio fijos sólo puede funcionar adecuadamente como un mecanismo transitorio hacia una plena integración monetaria.

En este sentido, el MCI-II constituye también un sistema de tipos de cambio fijos, pero cuyas paridades centrales se establecen frente al euro y no frente a las otras monedas participantes. Este nuevo diseño bilateral pretende reducir la frecuencia y magnitud de los realineamientos, al establecerse las paridades centrales y las bandas de común acuerdo entre los ministros de la zona euro, el Banco Central Europeo (BCE) y los gobernadores de los bancos nacionales de los países implicados.

Cabe recordar que con el MCI-II se dio la oportunidad a los cuatro países que no adoptaron el euro para ir preparando su plena incorporación: Dinamarca y Grecia optaron por participar desde el principio en este MCI-II, mientras que Suecia y el Reino Unido han permanecido fuera de dicho mecanismo.

El próximo sábado, 1 de mayo, diez nuevos países serán Estados miembros de la UE y, aunque ello no implique la inmediata candidatura a la UEM, se establece un periodo transitorio obligatorio de dos años de pertenencia al MCI-II si quisieran incorporarse a la moneda única, transcurridos los cuales se evaluará su convergencia respecto a la zona euro sobre la base de los mismos criterios que se utilizaron en su día para la incorporación de los países fundadores (los famosos requisitos de Maastricht). De hecho Grecia, tras permanecer dos años en el MCI-II, accedió a la UEM en 2001.

Pero, en contraste con Dinamarca o el Reino Unido, estos nuevos países no tienen la posibilidad de suspender su incorporación al euro si así lo estimaran oportuno, por lo que, una vez iniciado, el camino hacia el euro es un camino sin retorno. Aun así, se espera que muchos de los nuevos socios europeos incorporen sus monedas al MCI-II, dado que durante los últimos años la divisa común europea ha ido ganando una creciente importancia como moneda de referencia en los sistemas cambiarios de estos países: Estonia y Lituania tienen cajas de conversión (currency boards) definidas respecto al euro, mientras que Chipre y Hungría siguen unilateralmente el MCI-II con bandas de fluctuación públicamente anunciadas del más o menos 15%.

Asimismo, se espera que el MCI-II ejerza un papel condicionante en el diseño y ejecución de las políticas económicas en los países participantes, ayudando activamente a la estabilización de sus economías (en especial en materia de precios y saneamiento de las cuentas públicas) y al aumento en la reputación de sus Gobiernos.

Sin embargo, existen también problemas potenciales derivados de la participación en el MCI-II. Por una parte, en un contexto de flexibilidad limitada de los tipos de cambio y de creciente movilidad de capitales, es probable que se registren episodios de apreciación de las monedas de los nuevos socios como consecuencia de las entradas de capitales (especialmente en forma de inversión extranjera directa). Por otra parte, resultará crucial tanto el desarrollo de sus sistemas financieros, limitando la manipulación de los tipos de interés como mecanismo defensivo, como los niveles de inflación registrados en estos países, dado que ambos factores pueden presionar al alza los tipos de cambio reales que podrían dar lugar a realineamientos continuados que afectarían negativamente la credibilidad de los compromisos cambiarios adquiridos como consecuencia de la participación en el sistema.

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