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Viajes

La cuna de Portugal

Son los puentes y fines de semana otoñales una buena ocasión para visitar a los vecinos y descubrir una de las regiones portuguesas más ricas

Si se entra por la carretera que viene de Salamanca y Zamora, tras cruzar los serrijones pelados de Trás-os-Montes y dejar Bragança a un lado, se llega justo al meollo. A Guimaraes. La cuna de la nación. Y es que allí, por el siglo XI, el rey de León concedió un condado, entre el Miño y el Duero, a un cruzado borgoñón que le había ayudado a combatir a la morisma. El hijo del guerrero borgoñón, Afonso Henriques, nacido en el Castillo de Guimaraes, se proclamó rey de los portugueses (1139), fijó allí su capital y siguió la reconquista por su cuenta. El monte Latito, donde se alzan el castillo, la capilla románica donde acristianaron a Afonso y un palacio ducal del siglo XV, levantado por los Bragança (cuya dinastía gobernó el país hasta la llegada de la República), es, pues, el Sinaí de los portugueses, la montaña sagrada y primordial a la que acuden multitudes endomingadas para que el río de la historia, como decía Saramago, les entre a raudales por el pecho.

Guimaraes fue proclamada Patrimonio de la Humanidad en la última tacada de la Unesco. Título más que merecido, ya que lo tiene todo. Arriba, la acrópolis sagrada, con los castillos citados y un cinto de murallas que descienden hasta abrazar la parte baja. æpermil;sta, cuajada de palacios que parecen conventos, y de conventos que parecen palacios, tiene una animación desusada, gracias a la universidad y al turismo patriótico. El ombligo es una plaza mayor dúplice, con dos lóbulos unidos por un gozne de soportales y terrazas acogedoras. Hay muchos monumentos y un par de museos excelentes, en el casco antiguo, y más cosas arropándolo, como la pousada o Parador de Santa Marinha, en un convento medieval y barroco. Pero lo que más enamora es el ambiente, con una arquitectura eclecticista, ristras de ropa en los balcones, azulejos en las calles, comercios abstrusos, fondas de estudiantes, pastelerías y casas de comidas: una ciudad cotidiana del Portugal más profundo, pegadiza y tibia, en cuyo olimpo los portugueses se reconocen, y en cuyo seno nadie se siente ajeno.

A un paso queda Braga, que tiene también mucho de fundacional (es la sede primada de la nación). Pero no hay que tener prisa para llegar allí. No se puede tener prisa. Las carreteras se divierten dando vueltas y revueltas, y así uno no tiene más remedio que empaparse de colinas, prados y pomares, pueblos fugaces y minúsculos, ese Portugal moroso y matizado que el progreso, ay, va desdibujando. Así que, casi por fuerza, se ve uno desviado a la Citania de Briteiros, uno de los yacimientos prerromanos más señalados y, sobre todo, a la Iglesia del Bom Jesus do Monte, que es más bien un buen monte con iglesia: en efecto, al santuario barroco se asciende por una escalinata teatral, orillada de capillas con grupos de terracota, fuentes y elementos alegóricos. A la chita callando, la estampa del Bom Jesus do Monte es una imagen que compite tan ricamente con otras de la categoría del Taj Mahal, las pirámides de Egipto o el Cristo del Pan de Azúcar.

Braga es mucho más vieja que Guimaraes: la Bracara Augusta de los romanos pronto se convirtió en capital religiosa y gran centro comercial. Desde luego, la catedral sigue siendo la yema, la almendra germinal. Conmueve su autenticidad y la mezcla de estilos -a pesar de los aggiornamenti que han limpiado capillas y claustro, llevándose de paso la pátina de fervor, los cirios y exvotos de cera y un poco del halo de misterio-. Pero la catedral y su barrio (seminario, aposentos clericales, tiendas piadosas) no lo son todo: Braga posee unos cuantos palacios, mansiones e iglesias barrocas, alguna reliquia medieval (como la Torre de Menagen) y sobre todo una carnadura peatonal de urbe comercial y provinciana, en el mejor de los sentidos, es decir, donde aún giran las horas con una cadencia próxima y tangible.

Sin prisas

La región de Minho tiene mucho que ofrecer, y todo muy cercano (eso sí: sin prisas). Tiene otras ciudades monumentales -como Viana do Castelo, o la concurrida Barcelos, con su cerámica y sus gallos emblemáticos- y cuenta con estupendos espacios naturales -como el Parque Nacional da Peneda-Gerês, o las campiñas y casas rurales en torno a Ponte de Lima-. Pero si estamos en la cuna, en el germen de la identidad lusa, es inevitable que aparezcan las uñas de su orgullo, la coraza con que protege su diferencia. Y eso se muestra de manera contundente en Valença do Minho. La ciudad vale poco; en cambio, lo que llaman la Ciudadela es en sí un algo aparte, con sus plazas, iglesias y calles cinchadas por un sistema desorbitado de fosos, murallas, puertas, revellines, matacanes y toda la panoplia defensiva de la época de Vauban. Lo curioso es que en aquel inmenso cuartel trincheras y baluartes se han convertido en tenderetes y chiringuitos: la fortaleza de Valença es uno de los mayores y mejor surtidos bazares de Europa. Donde caen fulminadas las visas y tarjetas enemigas alegremente. Y eso está muy bien. Recuerda un poco a Aristófanes y aquella modesta proposición suya de hacer con los yelmos de guerra orinales o cosas útiles. Tan viejo era el griego como los hippies: haz el comercio y no la guerra. Estamos todos de acuerdo.

Localización

Cómo ir. Por carretera, es aconsejable entrar por la autopista A3 (de peaje) que viene desde Galicia, ya que la procedente de Bragança y Zamora sólo es autovía en algunos tramos, con trazado fatigoso. El aeropuerto de Oporto es el más próximo a Braga y Guimaraes (unos 50 kilómetros) y está unido por la autopista A7 a estas ciudades. Dormir. La Pousada de Santa Marinha (253 511249), en la pedanía de Costa, asomada a Guimaraes) es la más grande de Portugal y una de las más señoriales, en un monasterio con iglesia monumental. La Pousada de Valença (251 800260) es muy modesta, pero el emplazamiento, frente al Miño y la monumental Tui, es extraordinario. En Bom Jesus do Monte, hay un lujoso hotel junto al santuario y el elevador (que funciona desde el siglo XIX), el Hotel do Elevador (253 661114). Comer. En Guimaraes, el Pousada Nossa Senhora da Oliveira, junto a la plaza mayor (253 514157), con platos regionales en una casa aristocrática; y El Rey (253 419096), con vistas y terraza. En Braga, São Frutuoso fuera del casco antiguo, en rua Costa Gomes 168, 253 623372), cocina regional de calidad; y Panorâmico do Elevador, el restaurante del Hotel del Bom Jesus, elegante y muy famoso.

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