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Viajes

Castillos de Alta Baviera

Luis II, el llamado 'Rey Loco', levantó en esta región alemana sus fantasías de piedra para transfigurar la vulgaridad de lo cotidiano

País de cuento de hadas, se ha dicho muchas veces. Por el paisaje de confitura, los pueblos de juguete y los campesinos trajeados a la antigua, pero también por los castillos de leyenda. Sobre todo los que hizo construir el llamado Rey Loco a finales del siglo XIX. Luis II de Baviera ha resultado ser el mayor promotor turístico de su país. Soñaba con hacer de éste un lugar donde reinase la belleza, donde el arte y la música transfigurasen la vulgaridad de lo cotidiano. Por eso escapaba a sus queridas montañas, reino de pureza, y en ellas levantó sus fantasías de piedra.

En el lago Chiemsee, el mayor de Baviera, hay dos islas, una grande y otra pequeña, llamadas respectivamente Herreninsel (isla de los señores) y Fraueninsel (isla de las damas). La isla grande se la reservó el rey para sí. Hizo levantar allí una réplica del palacio de Versalles, con fuentes y jardines, arropado por bosques que cubren la isla entera. El Salón de Espejos tiene iguales medidas que el de Versalles, pero ciertas estancias superan el modelo francés. Las obras, costosísimas, nunca llegaron a completarse. A la Herreninsel y su castillo sólo se puede ir de visita, en un pequeño transbordador. La Fraueninsel, en cambio, está habitada, hay casas de pescadores y hoteles. Y un monasterio benedictino cuyos orígenes se remontan al siglo VIII. La Fraueninsel se podría recorrer a pie en un cuarto de hora. Pero nadie va allí con el cronómetro en la mano.

El horizonte de montañas crece como un suflé, y al llegar a Garmisch-Partenkirchen queda al alcance de los dedos. Garmisch es una meca para los amantes de la nieve. Allí se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936, es un estadio hitleriano con estatuas de un realismo tallado a hachazos. Se sigue utilizando, y muchas cadenas televisivas transmiten, cada primero de año, saltos de esquí. Oberammergau, más adelante, es célebre por una Pasión que se monta cada 10 años. Muy cerca se esconde el castillo de Linderhof. Luis II compró los terrenos que rodeaban un pabellón de caza de su padre y se hizo construir un pequeño palacio rococó; una joyita arropada por estanques, fuentes y jardines escalonados, el único de sus palacios que llegó a terminar. En el jardín hizo construir una cueva artificial que reproduce la Gruta Azul de Capri; en realidad, un decorado ideal para el Parsifal wagneriano. Luis II, en la etapa final de su vida, se recluía allí largas temporadas, olvidaba los enredos de la corte y sus propios deberes, y hacía que una orquesta interpretara horas y horas, hasta el agotamiento, la música de Wagner, que él escuchaba embelesado sobre una góndola dorada.

El perfil del castillo de Neuschwanstein fue copiado por Walt Disney para 'La Bella Durmiente'

En Hohenschwangau, sobre una colina de espeso arbolado asomada al azogue líquido de un lago, se alzan los perfiles cremosos de un castillo que hizo construir el padre de Luis II sobre restos de otro anterior. Luis pasó allí muchos momentos de su infancia. La amistad posterior con Wagner estaba predestinada: el interior de palacio está decorado con frescos que parecen cromos infantiles, y que reproducen la saga germánica de Lohengrin: la primera ópera wagneriana que el rey escuchó, a los 16 años, fue precisamente Lohengrin. Cuatro años después de acceder al trono, Luis levantaría, a tiro de ballesta de esta residencia familiar, la más querida de sus fantasías, el castillo de Lohengrin hecho realidad: es decir, el castillo de Neuschwanstein.

Su perfil fue copiado por Walt Disney para La Bella Durmiente. Es el que mejor encarna ese medievalismo ucrónico que rondaba la cabeza del rey, esa pompa en la que pretendió zafarse de la realidad. Al final de su vida, el desencuentro con la camarilla palaciega fue en aumento. Desatendía los asuntos de Estado y los gastos de los castillos tenían alarmados a sus ministros. æpermil;stos consiguieron un dictamen médico que certificaba la locura del rey. El 10 de junio de 1886, varios nobles, ministros y médicos se presentaron en Neuschwanstein, apresaron al rey a la noche siguiente, y lo llevaron de amanecida al castillo de Berg, junto al lago Starnberg. Al día siguiente, domingo, se le permitió dar un paseo acompañado de un doctor. No regresaron. Sus cuerpos aparecieron, entrada la noche, flotando en la maleza. Su tío Luitpold, que le sucedió como regente, frenó los gastos y se mostró más proclive hacia la política de la Gran Alemania, que acabaría absorbiendo al pequeño reino de Baviera.

Localización

 

Cómo ir. Lufthansa (902 220 101) vuela desde Madrid y Barcelona hasta Múnich, a partir de 390,71 euros i/v. Iberia (902 400 500) ofrece varios vuelos diarios hasta Múnich, desde Madrid y Barcelona, a partir de 372,31 euros y 353,31 euros, respectivamente. Desde Múnich se puede hacer la ruta de los castillos bávaros por carretera, por tren o en bicicleta; la Oficina Regional de Turismo (898 292 180) informa sobre estas rutas y excursiones. Información sobre los castillos, horarios, precios, etc.: 891 790 80.

 

 

 

 

 

 

Alojamiento. En esta zona, aparte de los hoteles (precio de una habitación doble de categoría media: a partir de 46 euros), existe una gran cantidad de Gasthäuser, algo parecido a nuestros hostales, o también lo que llaman Fremdenzimmer, casas de huéspedes, que pueden ser de menor categoría -no siempre-. La Gasthof es como una fonda que también alquila habitaciones para dormir.

 

 

 

 

 

 

Comer. Residenz Heinz Winkler, en Aschau im Chiemgau, Kirchplatz 1, 08052 17990, una de las mejores cocinas de la Alta Baviera, especializada en caza y con excepcional bodega. Gut Ising, en Chieming, Kirchberg 3, 0049 8667790, cocina típica de la región.

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