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Columna
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James Tobin, in memóriam

Para una parte del gran público el nombre de James Tobin está asociado a la muy reciente discusión pública en torno a la tasa que lleva su nombre.

Una discusión que hunde sus raíces en una idea de Keynes y que hoy, no siempre con el acuerdo del premio Nobel de Economía fallecido esta misma semana, se ha convertido en una bandera de las demandas a favor de una globalización alternativa.

Sin embargo, las aportaciones de James Tobin al pensamiento económico están lejos de poderse compendiar en tan simbólico debate si no es por el hecho de que la llamada Tasa Tobin es una propuesta surgida de la permanente investigación del economista sobre las condiciones reales en que se toman las decisiones, tanto de consumo como de inversión por los particulares y las empresas, y del conocimiento de las imperfecciones de los mercados realmente existentes, ya sean mercados financieros, laborales o de bienes.

Un texto autobiográfico del propio James Tobin nos aporta luz sobre los intereses que le movieron siempre en el terreno de la economía.

Confrontado con los efectos de la Gran Depresión en los años treinta, señalaba Tobin que los fallos de la economía capitalista no solamente eran evidentes, sino que habían producido consecuencias sociales y políticas desastrosas a escala mundial.

A la vez, la ortodoxia económica dominante era incapaz de explicar el origen de los problemas y, aún menos, de sugerir remedios adecuados. El temprano acceso a la innovadora obra de John Maynard Keynes marcaría buena parte de su trayectoria científica, no en vano aparecería luego clasificado entre la conocida tribu de los neokeynesianos.

De hecho James Tobin, junto con otro plantel de eminentes economistas, pondría las bases para un desarrollo sofisticado del modelo macroeconómico keynesiano.

Sus trabajos econométricos y teóricos sobre las decisiones de consumo e inversión sirvieron para dar una mayor hondura a las primeras versiones formalizadas del esquema Keynesiano, conocidas bajo las versiones del equilibrio en el mercado de bienes y el mercado de dinero (IS-LM) debidas inicialmente a Hicks y Hansen en los años cincuenta.

La llamada por Samuelson 'síntesis neoclásica', que suscitó el consenso de la profesión económica, omitía, sin embargo, el papel de las expectativas, que tanto desarrollo habría de adquirir a partir de los años setenta, y el papel de los ajustes de precios-salarios.

La Teoría del Consumo sería elaborada por Modigliani y Friedman, y pronto incorporada en los modelos macroeconómicos. Pero la Teoría de la Inversión debe sus primeros y fecundos desarrollos a la aportación de Tobin, que también sería el principal autor de la moderna teoría de la demanda de dinero o, de modo más general, de la teoría de la selección de cartera (porfolio selection theory) a la que tanto deben los modernos análisis financieros.

En este marco de preocupaciones intelectuales, la interrelación entre los mecanismos monetarios y reales sería uno de los principales objetos de su atención.

Si la teoría de selección de cartera permitía unir en torno a consideraciones de rentabilidad esperada y riesgo el conjunto de activos existentes, tanto financieros como reales, la efectividad o no de las políticas monetarias y fiscales en el corto y en el medio plazo era una discusión relevante que planteaba la vieja cuestión del papel que deben jugar los Gobiernos en la estabilización económica y en el logro de un nivel de empleo aceptable.

El 'mecanismo de transmisión' de las políticas económicas a las variaciones de la renta nominal habría de producir polémicas nunca del todo acabadas, especialmente entre neokeynesianos y monetaristas. Como habría de hacerlo la discusión sobre la descomposición de las variaciones de la renta nominal entre producción y precios.

La aportación de Tobin en ambos terrenos sigue siendo relevante, especialmente por el énfasis puesto en la manera en que se fijan los salarios y en la rigidez que aportan a los ajustes sobre los niveles de producción y empleo a corto plazo.

Hasta el punto de que la introducción de la 'revolución de las expectativas racionales' no ha podido prescindir del reconocimiento de los márgenes que las rigideces de los mercados laborales plantean a los ajustes efectivos en el corto plazo.

Tobin fue un académico excepcional. Pero también fue un hombre comprometido con la vida real.

En un periodo, probablemente irrepetible, como señalaba hace poco Paul Krugman, integró el Consejo de Asesores Económicos del presidente John Kennedy (1961-1962), dejando como legado de aquel trabajo colectivo no solamente la expansión de la economía americana de los sesenta, sino también la fundamentación en el Economic Report de 1962 de una política económica que la prensa bautizó entonces como 'nueva economía'.

Un hombre bueno, a juzgar por los testimonios de quienes tuvieron trato con él, y un economista que -según sus propias palabras-, creía que su profesión 'ofrecía la esperanza, y lo sigue haciendo, de que un mejor conocimiento pueda mejorar la suerte de la humanidad'. No parece una mala causa.

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