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TRIBUNA

<I>Curas, rabinos, imanes y otras ocupaciones afines</I>

Los economistas encontramos una importante fuente de conocimiento en las clasificaciones de la población activa por profesiones, más explicativas de la realidad económica que las ramas de actividad, y que nos proporcionan una visión dinámica de la acomodación de los trabajadores a una realidad económica cambiante.

La queja pública (El Periódico, 5 de diciembre de 2001) de una señora, licenciada en teología protestante y pastora ordenada por la Iglesia Evangélica Española, por no encontrar explicitada en el censo la profesión de quienes, como ella y su marido, se dedican al trabajo eclesial, constituye un magnífico estímulo para reflexionar precisamente sobre la evolución del tratamiento de las profesiones en los censos de población.

La inclusión de profesiones en los censos de siglos pasados, en principio, además de describir cómo se distribuía la actividad económica (labradores, jornaleros de labranza, comerciantes, fabricantes, artesanos y menestrales, criados, militares, abogados, escribanos, etcétera), no podía por menos que dejar mención de quienes estaban exentos del pago de impuestos. Así, se consideraba a los "hidalgos y nobles", de los que, por ejemplo, en el Censo de Godoy de 1797 se contaron nada menos que 402.059, de un total de población de 10.541.221 personas, y a algunos otros que, a pesar de tener pocos efectivos, se encontraban en similar situación de exención impositiva, como los empleados del Rey por la Cruzada y por la Inquisición, que sumaron 1.660 y 3.078 personas, respectivamente, en dicho año.

Por lo que se refiere al trabajo eclesial, que también gozaba de exención tributaria, dicho censo de fin del siglo XVIII daba el siguiente detalle por ârdenes y Congregaciones: 1) curas párrocos, 2) tenientes de cura, 3) beneficiados, 4) capellanes, presbíteros y otros clérigos de órdenes mayores, 5) ordenados de menores, 6) sacristanes, acólitos y sirvientes de Iglesia, 7) profesos de conventos de religiosos, 8) novicios y donados, 9) criados y niños, 10) profesas de conventos de religiosas, 11) novicias, 12) señoras y niñas que habitan en clausura, 13) criadas y 14) criados y donados.

El total de clérigos, frailes, monjas y sus dependientes daba una relación de uno por cada 59 personas y, en este mismo censo de hace 200 años, considerando sólo a los eclesiásticos y a los profesos de órdenes religiosas, la cifra ascendía a 127.407 personas, lo que suponía que hubiera uno por cada 83 habitantes.

En el censo de 1970, último que publicó datos del personal dedicado a culto y clero, la relación bajó a uno por cada 151 habitantes y en nuestros días, cuando el número de religiosos y religiosas en España se cifra en 64.896 personas, la relación queda establecida en uno por cada 625 habitantes.

No cabe duda de que, a las cifras actuales de sacerdotes y religiosos católicos, habría que añadir, como indica la señora firmante de la carta citada, los pastores, imanes, rabinos y otros profesionales de la religión que actúan en España al amparo de la libertad de cultos, pero el problema que tendría en la actualidad generar un epígrafe específico para el trabajo eclesial propiamente dicho sería que muchos no se clasificarían como tales, sino en aquellas ocupaciones de las que realmente viven sin perjuicio de su condición religiosa, sea la enseñanza, la enfermería, la asistencia social, etcétera.

De cualquier modo, es una pena que en la actualidad no podamos contar con cifras de quienes viven de dirigir almas, como hacían exclusivamente los numerosos efectivos de los que dejaron constancia los censos históricos.

Me viene a la memoria un indicador de la incultura de un pueblo que se sacó de la manga Pío Baroja en su novela La ruta del aventurero, escrita en 1916: cantidad de vino más número de moscas más número de clérigos, todo ello dividido por número de árboles. No cabe duda de que, si fuésemos capaces de aplicar este indicador, observaríamos un gran avance sin necesidad, como sugería Baroja, de exterminar el mayor número de moscas posible.

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