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Tribuna
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El día que paré la economía

Sí, yo paré la economía. Ocurrió hace unos diez meses. No fue intencionado, fue por miedo. Me arrugué ante tanto agorero del desastre. Yo no había experimentado ningún síntoma de crisis, antes de tomar mis decisiones para prevenir sus efectos en mi economía familiar.

Como les decía, pedí un presupuesto para cambiar los armarios de mi casa que rondaba los 7.000 euros, y aunque era mucho dinero, estaba dentro de lo estimado para la reforma. Pero entonces ocurrió. Las conversaciones con el director del banco, que me anunciaba el Apocalipsis de impagos y devoluciones, la radio con las estadísticas del desmoronamiento económico, los políticos del realismo responsable, los amigos que te piden que seas prudente… y ante la futura recesión, me hice la pregunta fatal, ¿no sería mejor retrasar la decisión hasta que sepamos cuál es la profundidad de la crisis?

Cuando hablé con el de la tienda de armarios le comenté que, por la situación, iba a posponer la compra. Para mi sorpresa, lejos de defender su venta, me dijo "lo entiendo bien". De lo que no me di cuenta en aquel momento era de las consecuencias de mi decisión. Al no comprar los nuevos armarios, el propietario de la tienda temió no tener trabajo para todos sus colaboradores y bajó los sueldos como alternativa previa antes de despedir a parte de ellos. Tanto él como sus empleados consumieron menos y dejaron de comprar en las grandes superficies de alimentación que, a su vez, son clientes míos. Como estas grandes empresas de distribución vieron caer sus cifras de negocio, decidieron implantar políticas de austeridad; y entre ellas, alguien optó por ahorrar en el servicio que presta mi empresa, y pude observar cómo mis ventas caían, lo que confirmó mi decisión de retrasar a un momento mejor el cambio de mis armarios.

Hablando con unos y con otros, casi pidiendo disculpas por haber parado la economía, pude comprobar que no era el único que había iniciado esa cadena de ahorro preventivo. Unos habían dejado de cambiar el coche, otros cancelaron un viaje por si acaso, algunos dejaron de salir a cenar y los últimos habían despedido a colaboradores, para disminuir los costes fijos de su empresa.

Entonces, me di cuenta de que la realidad es que todos somos un sistema y, como tal, estamos interconectados. No hay nada que ocurra en una parte de éste que no afecte al mismo en su conjunto.

Ahora, con la lección aprendida, me pregunto si podré poner en marcha la economía. Si mi valiente decisión de compra animase a otros, la suma de estas decisiones individuales tendrían más peso regenerador que miles de millones de euros invertidos en obras públicas.

Ayer pasé por delante de la tienda de armarios. Comprobé con pesar que estaba cerrada. Pude leer un doloroso cartel escrito a mano, con lápiz de labios, sobre un trozo de cartón de embalar que reza: "No pudimos aguantar, les deseamos a ustedes mejor suerte".

Gonzalo Martínez de Miguel. Director general de Infovía y profesor de Gestión de Empresas de la Universidad Nebrija

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