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Tribuna
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La culpa es de las personas, no del modelo de banca

La actual crisis financiera está centrada no sólo en los modelos de negocio y tipos de productos, sino también en las actitudes y los valores de los directivos, destaca el autor. Reflexionar sobre ello puede ser, en su opinión, más efectivo para futuras generaciones de ejecutivos que el aumento de los niveles de regulación

Al ser medio suizo, la tan sonada crisis financiera me empezó a preocupar hace tiempo, en especial a raíz de la grave crisis del banco suizo UBS. Durante los primeros meses de 2008 este banco sufrió un gran ensañamiento, por ser considerado el más vapuleado por la crisis subprime. Muchos expertos localizaron el problema de UBS en su modelo de banco integrado, un modelo que compagina banca de inversión con banca comercial y privada.

Publicaciones económicas recordaban que en EE UU, hace ya 75 años, salió una ley que obligaba a separar los diferentes tipos de banca (aunque luego fue revocada en 1999). Los expertos concluían que banca de inversión y comercial eran terribles compañeros de viaje. Por un lado, los jóvenes y agresivos banqueros amantes del riesgo, y por el otro, los discretos y prudentes señores preocupados por la estabilidad de los ahorros de sus clientes. Era como juntar a un león y un caballo. Además, no podía ser que la banca de inversión se financiara con dinero barato de la banca privada. Como los modelos de negocio son completamente diferentes, los bancos integrados se enfrentan a una complejidad ingobernable. Explicaban que no es factible dirigir a los leones en Wall Street desde una oficina en Zúrich.

El pasado 12 de agosto, UBS anunció que renunciaba a su modelo de banco integrado y que pasaría a gestionar sus diferentes negocios de forma individualizada. La Bolsa acogió bien la noticia, aunque muchos analistas criticaron que no se hubiera optado por la venta de la banca de inversión. Vistos los últimos acontecimientos, no hubiera sido fácil.

Ahora, con la crisis financiera en su máximo esplendor, no son pocos los expertos que abogan por un regreso al modelo de banco integrado o universal. De pronto, los bancos de inversión clásicos, hasta hace nada la referencia del éxito en el sector, han pasado a ser una especie en peligro de extinción, criticados por todos. Bear Stearns y Merrill Lynch han buscado su salvación bajo el amparo de bancos universales, y hasta Goldman Sachs y Morgan Stanley se ven sometidos a una gran presión para revisar sus modelos de negocio.

Qué duda cabe que la idea de que cambiando el modelo de negocio se resuelven los problemas es tentadora. Pero desgraciadamente, no es tan sencillo. Una revisión de lo acontecido sugiere que el problema puede no radicar sólo en el modelo de negocio. Para empezar, uno podría volver a mirar el caso de UBS, y preguntarse por qué, por ejemplo, su más directo competidor, Credit Suisse, ha sufrido comparativamente menos la crisis. Tiene la sede central en la misma ciudad y un modelo de negocio aparentemente igual. Luego uno podría recordar que también algunos bancos comerciales como Northern Rock, y ahora Washington Mutual, han colapsado. También podríamos preguntarnos por qué Goldman Sachs no ha quebrado, si tenía el mismo modelo de negocio que Lehman Brothers o Bear Stearns.

¿Podría ser que lo que diferencia a los ganadores de los perdedores, no es tanto el modelo de negocio como su gestión? ¿Quizá el problema principal radica en cómo algunos altos directivos han gestionado sus bancos? Lo especial de la presente crisis es su dimensión, alcance y la velocidad con la que ha sacudido los mercados, pero no tanto su trasfondo. Yo he visto con anterioridad, en otros sectores, a directivos que se han dejado cegar por oportunidades de ganar dinero fácil y rápido, consiguiendo cuantiosos beneficios no sólo para sus empresas, sino también para su propio bolsillo. Directivos que han ignorado los riesgos para la sostenibilidad de sus empresas. Es más, algunos de ellos se mofaban de esos pobres directivos que seguían invirtiendo mucho tiempo y dinero en mejorar el servicio a sus clientes, en I+D, o en mejorar la eficiencia de sus procesos.

Tal vez, al final de esta crisis se cumpla el dicho de quien ríe último, ríe mejor. No son pocos los directivos que ahora han visto evaporarse sus suculentos bonos, o peor todavía, quedarse sin trabajo y con la reputación por el suelo. Algunos posiblemente sin culpa directa, otros en cambio, sí son responsables. Pero creo que entre todos debemos contribuir a una cuidadosa reflexión sobre esta crisis financiera, centrada no sólo en los modelos de negocio y tipos de productos, sino también en las actitudes y los valores de los directivos. Puede que dicha reflexión tenga un mayor efecto en la conducta y actitud de futuras generaciones de directivos que el aumentar los niveles de regulación que tanto se vuelve a demandar ahora.

Philip G. Moscoso. Profesor del IESE

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