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Análisis

¿Es el banco malo una buena idea?

Ana B. Nieto

Los rumores de que el Gobierno de EE UU planea crear un banco estatal 'malo', con los activos tóxicos que ahogan a la banca privada, tomaron cuerpo a lo largo de la semana pasada para desinflarse a última hora del viernes. En Wall Street, esta posible iniciativa y la toma del timón por parte de Sheila Bair (presidenta del Fondo de Garantía de Depósitos) se han recibido como la lluvia en el desierto y las dudas sobre su viabilidad pesaron en la Bolsa en la última jornada de enero.

La pregunta que surge es si es una buena idea crear un banco malo. No hay consenso, lo que es seguro es que la estrategia es muy compleja. Un banco malo o tóxico no es exactamente un banco porque no opera como tal. En realidad, es una entidad especial que compraría los activos tóxicos que ahora tiene la banca privada en sus balances hasta que éstos lleguen a término o puedan venderse en el mercado cuando vuelva la liquidez.

Una vez libres del peso que suponen esos activos, la teoría dice que las entidades deben recobrar la confianza de los inversores y del mercado interbancario. Eso permitiría que empezase a fluir el crédito, ya que la banca no tendría que guardar el dinero que posee para mantener los ratios mínimos de capital y evitar la insolvencia.

El dinero para este banco malo lo pondría el Gobierno, con fondos del TARP (el plan de salvamento) apoyado con préstamos de la Reserva Federal. No es una solución que sólo se contemple en EE UU. En Europa es algo que ya estudia la Comisión; además, según Financial Times, Alemania prepara un plan para derivar los activos tóxicos hacia, no un único 'banco malo', sino una serie de entidades ad hoc.

En la práctica, el mal banco es muy complicado de crear. Para empezar, porque para que esta entidad estatal compre los activos a los bancos privados, éstos tienen que ser valorados, y ese es el gran dilema (y el problema moral). Si el Estado paga el valor de mercado, la banca privada tardaría cinco segundos en ser insolvente, por lo que además habría que recapitalizarla. Si el precio que se acuerda es el del valor que tienen ahora en los libros, el Estado (léase los contribuyentes) estaría beneficiando a los accionistas de la banca en detrimento del Tesoro, porque además de pagar de más también será necesario que el mercado experimente una fuerte recuperación para obtener un cierto rendimiento aceptable en el futuro. Un paliativo sería obligar a los accionistas a participar en el banco malo.

Por otro lado, y a estas alturas de la crisis, ¿cómo distinguir un activo tóxico del que no lo es? La crisis subprime derivó en metástasis hace meses y los problemas van más allá de las titulaciones de hipotecas.

El banco malo podría ser enorme. Según una reciente nota de Goldman Sachs, 'la compra de hipotecas en problemas y deudas de consumidores podría requerir 4 billones de dólares (3,2 billones de euros)'.

Trazar la línea entre lo puro y lo corrupto es difícil porque también existe lo corrompible. Si por efecto de la crisis los activos que el banco privado se queda se deterioran, el mazazo a la confianza sería épico y el esfuerzo del Gobierno, baldío.

Montar esta ingeniería financiera tomará tiempo y eso es algo que en la actual situación es casi un lujo. Aunque en Wall Street hay muchos abogados para esta idea, también hay detractores. El Nobel Paul Krugman cree que lo más efectivo es que el Gobierno tome posesión de los bancos en peligro y luego transfiera sus activos tóxicos a una institución especial (Resolution Trust Corporation). Cuando se saneen, se vuelven a colocar en el mercado. Krugman critica que los accionistas puedan beneficiarse gracias a los contribuyentes.

Douglas Elliot, ex banquero de inversión y miembro de la Brookings Institution, considera que la mejor opción es una combinación de garantías estatales sobre activos tóxicos y una 'nacionalización suave', es decir, que sea una toma total del control sólo en el caso de bancos muy débiles.

Elliot cree que los beneficios de un banco malo se pueden obtener igual con garantías y evitando las desventajas de tener que seleccionar activos y valorarlos, porque con estos avales no es un problema ya el precio. Además, parte de las pérdidas serían asumidas por el banco privado. Es algo que ya se ha hecho con Citi y Bank of America. Por último, los gestores de estas entidades, puesto que conocen sus carteras estarán más capacitados para entenderlas que unos directivos nuevos. Se evita burocracia y cada banco tendrá una solución a medida.

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